Más de una vida,
por no decir toda mi vida,
he deseado la de otros
y ha llegado la hora, por fin, de ser yo:
soñar agarrado a las ramas de los árboles con los pies colgando
bajo mi vientre,
caminar a la velocidad de los humanos
y no anhelar las alas de quienes se dicen ángeles o demonios,
no precipitar el agua que corre por los arroyos,
ser apenas alguien que no precise
construir un relato de cada minuto vivido,
resolver tantas y tantas cosas antes de volver
a ser quien podría
haber sido, antes
incluso de quien he sido,
ver por una rendija
lo que quiero o lo que temo,
recordar esa vocación de paisaje amarrada
a las ramas de la tierra,
perder el miedo a reír abiertamente,
descifrar cuantas más espirales,
decirte a la cara que me gusta la blancura
azul de tu piel y los nimbos
transparentes de tus ojos,
que espero el azúcar inocente de tu sonrisa,
y no temer nada
como si nada
hubiese ocurrido en este instante
ni en cuantos fueron.
Así, sin más.
Loja, 28 agosto 2019