La ciudad era una isla
y yo un viajero invisible
en un vagón de segunda hacia ella.
Devoraba las distancias con mis ojos incipientes
más allá de adivinar, por entonces,
la luz que traerían de regreso.
Desaparecían las noches
en un afán de kilómetros ingobernable.
Y prendía el cristal empañado por mi aliento
redibujando mis sueños inmediatos
lejos de las sombras acechantes de afuera.
El paisaje era uno,
un cielo,
un horizonte
en el lugar donde se cruzan los caminos.
Nada cabía hasta tanto.
Ni el deambular sonámbulo de las palabras
entre los pasajeros,
ni el balanceo insomne de la máquina
distraían la emoción de mi llegada.
Allí estaría, esperándome, inquieta
como la imaginaba,
bulliciosa de ideas, de aire, de almas,
incesante como la vida que renace
cada alba.
Loja, 24 febrero 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
La ciudad era una isla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Juan, precioso; Un poema que hace evocar multitud de sentimientos. Un beso.
ResponderEliminarComo siempre, tus comentarios son maná para el desierto. Muchas gracias, mi buena amiga.
ResponderEliminar