POEMAS LIBRO "SIN ORDEN..."







A Loni, Ángela, Juan María y Brichi 
porque su reino es de este y de todos los mundos.









Sin orden y con cierto






De mis otras caligrafías (1975 - 1979) 
Los versos del éxodo (1980 - 1986) 
Concédeme el tiempo necesario (1986 - 1990) 
Los favoritos de los dioses (1991 - 1995)
Síntesis de álgebra humana (1996 - 2000) 
Con y sin urgencia (2001 - 2005)

 

Con y sin urgencia (2000 - 2005)


Hoy parece un engaño que fuésemos felices
al modo inmerecido de los dioses.
¡Qué extraña y breve fue la juventud!
-Francisco Brines-




LXXIII
De un tiro a bocajarro
este poema perdió una estrofa
al cruzar la calle de las ideas:
un francotirador le voló
la tapa de los sentimientos.

Otra se perdió en la chistera
del ilusionista de palabras,
del prestidigitador de silencios.

Una tercera se trasnochó
-impaciente-
en la obscenidad que distancia el corazón
de la mesita donde alojo los sueños.

La
siguiente
se
precipitó
sin
más
página
abajo
sin
un
punto
ni
una
coma
acaso
a la que aferrar sus emociones.

Y esta última abortada:
nunca alcanzaron la madurez
los versos necesarios
para un alumbramiento con-sentido.
Ni la verdad
-si es que la quimera es posible-
del poema
ni su dulce perversión subyacen
entre la verticalidad compuesta
de este juego de palabras.
Se fueron, transgresoras,
por las líneas abiertas
y aun sangrantes
de las estrofas abatidas,
como se va
el rumor de los días
sin que lo presienta
ni en mí nada quede.

LXXIV
¿Es acaso Otoño?
Primero
me venían grandes los bolsillos
y llevaba desabotonadas las ideas;
después hube de cambiar de paso,
crecí de peso
y hasta de cartera;
más adelante
las llaves se multiplicaron y crecían
sobre el papel
de mil formas crecían
acotaciones a la memoria desvaída;
más recientemente sufro
de desavenencias, desaires,
desiertos, despierto
y algo me dice
que me estoy haciendo un hombre.


LXXV
Penetra,
indica los parámetros de la ilusión
donde permanecen los item,
y sin embargo todo avanza más que nos pese.
Nada es como parece más permanece
en todo momento las dudas y la lascivia.
Ni equidad
ni sometimiento
ni siquiera indecisión.
Reiteración es Prometeo.
Acaso un regocijo
a poco un crucifijo
y un exabrupto que se extiende
que invade esta conciencia,
esta mediocre
esta carcoma, fatal
incoherencia
que me corroe y me provee
como un rosario
un sudario
un látigo
una prisión sin ventana
para las palomas que revolotean,
para los apetitos y la desgana.
¿Qué celda dices?
¿Qué celda?
¿Dónde la celada
mantuvo cerrada
a tus y mis ojos la diestra,
la certera farsa?
¿Amordazada, dices?
Amordazada,  afirmo.
Consciente, evidente
convaleciente
inerte.
Mas, me gusta, o no me sorprende
el sonido de los golpes
¿tal vez ame la violencia?
¿tal vez necesite la violencia?
¿acaso soy yo la violencia?.
Seguro que no seré yo quien diga
qué es esto que ocurre
y haya de ser la noche,
la luz o el día quien me ofrezca
calma al sinsentido.
Cama, quise decir, al sentido.

Sé, tildo, no basta
no acento, ni apóstrofe
sí íntegro, en cursiva o negrita,
a su elección: el cliente
siempre tiene la razón.
Esta tarde corre un fuerte viento
un huracán en mi habitación
y sus puertas no cesan,
no descansan hasta desangrarse
hasta morir de amor
en esta causa sin remedio
que juega conmigo,
que me pervierte como un pecado
¡Mortal!.
Infierno, infierno
querido averno:
Aquí estoy, no se
si por fe, mi voluntad, o cualquier otra cosa,
estoy y eso te basta, Lucifer de mierda,
porque está a pedir de tu hedionda
pestilente boca. Mas te  beso
y es ahí donde mi entender
mis cuarenta y cinco me interrogan:
¿No eras, al fin y al cabo, hetero?
¿A qué juegas con el rabo?.
Falso. Miento. Este poema es un engaño.
Nada es lo que parece
tampoco soy yo quien a ti te parece,
sino un reguero de pólvora corriendo
hacia un tonel comprometido,
ganará quien primero llegue.
Víctor al vencedor, albricias.
Corra la sangre y el vino
que la carne ya está servida, corran
el sexo, el verso, el converso
y el impávido
que nada teme, porque nada espera.
Corran, pues, los aleluya
y las gaviotas nos coman los ojos.

LXXVI
No serán los besos
quienes te traspasen,
Corazón,
sino el fuego de su nombre
o la velocidad de los labios
al pronunciarte.

LXXVII
Desciende,       grácil
indolente,        ajeno
imperturbable
mas cae,          irredento.

El destino,       presiente,
la norma,         asegura,
la verdad,        suspira...

¿Pensar?,         acaso el tiempo,
la razón,
como poco       la duda.

Precipitado,     obcecado
afrenta             los párpados,
la sonrisa,        hierática, plástica...

Velocidad         por
Distancia         por
Masa                por
Aceleración: gravedad. No alcanza
en su vertiginoso frenesí
de Newton mas que el sacrificio
de los corderos. De la manzana
Adán
de Eva la réplica serpenteante
de una historia sacrílega.

Mas cae, irremisible
decadente, promiscuo,
certero hacía el iris del huracán
y no revolotea
y no se agita
ni espera un milagro: nada confía
en dioses, ángeles, almas
traidores o simples matarifes.
Regresa a Cernuda:     
            “Si no te conozco, no he vivido;
             Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.
Y seguro se abandona, definitivo
despierto, dichoso, crédulo:
el impacto es sonoro, rojo y expansivo,
nada amortigua el latir de su corazón
ni el batir de alas enajenado,
y un coro de voces rotas languidece
ante tanta maravilla.
Eternos los sentidos
efímeras las palabras
rebelde el vuelo interregno
inédito el destino
irrepetible el gozo
ausente el duelo
trágicos los silencios
y permanente la imagen: su imagen
cual Ícaro vencido de amor
cual Ícaro pleno de amor.

Sepia y carmesí es el color
de sus labios en este instante
y un beso sobre el papel aún húmedo
oculta, a falta del revelado,
un rictus amargo bajo el rojo
de la lámpara ante mis ojos:
¿qué otra cosa podía hacer?.

LXXVIII
Desvuelo en el hospital
El cielo de Granada
-en esta noche enorme-
es de un rojo sucio y opaco,
y hasta el patio de las esperanzas
otoñean los desvelos que lo pueblan.

Pugnan en Granada
-en esta tremenda hora-
las sombras por los pretiles
y las alambradas de la memoria;
y transitan, por la calle de los pensamientos,
inasibles equilibristas
entre ráfagas dolorosamente cárdenas.

Vuelan por Granada
-en este tiempo velado-
restos de gaviotas y náufragos;
y malheridos los silencios se turban
-atropelladamente lacios-
entre la multitud de los sollozos
y de los rostros aún en movimiento.
Descrédito de Granada
cuando las ubres de la madrugada,
destetadas Sierra abajo, no amamantan
al niño que abrirme quiero a la mañana,
al aterrado hombre que escondo mi miedo
entre los olmos de este territorio sin misterio.

Despierto en Granada
al rito de la luna luna,
al desvuelo de las palabras que caen,
almas al cabo,
en el más vertiginoso de los pretéritos,
amanezco desconocido
e inédito, sobre todo para mí.
¿Desmuero hube de decir?.

LXXIX
Si una lágrima en el papel
es un inmenso lago de amargura
en cuerpo y alma,
si un silencio entre verso y verso
es un cataclismo de dolor
rebelde y ciego a flor de piel,
si un solo segundo, uno sólo,
en la zozobra inabarcable del desamor
diera para cien sonetos
desgarrados y asimétricos,
¿a qué descarnar y voltear sujetos
contra verbos por configurar
un poema siempre ínfimo
descerebrado e inútil?
¿a qué maldecir el tiempo
y sus contratiempos
por narrar con palabras
lo que la tragedia describe
-indeleble- entre líneas?:
las encarnizadas y sangrantes
líneas abiertas
de los  condenados corazones.

LXXX
Este torrente,
este revuelo de palomas
recobrando con sus alas
el aire necesario.

Este bullicio,
el de los blancos corazones,
sorteando nubes
construyendo un mar
por el que remontarse en vilo:

Este torrente
que nos lleva,
que nos lleva.

LXXXII
Y por favor,
no me dejes en una orilla de los sueños
sin saber si alguna vez
podré alcanzar la otra.

LXXXIII
No hay sombra en su rostro cuando lo miro,
nada de él se me escapa
porque nada oculta,
digamos que se me ofrece
y yo lo hago mío
tan diáfano como su alma.

LXXXIV
Con un torrente de mar en sus ojos me sorprendió
-sin esperarlo- la primavera,
y me alcanzó cuando más lo necesitaba.

Reconocí la luz
en ese caudal de vida corriendo por mis venas
y desee sentir su mano generosa
sobre mi asustada y frágil presencia,
la de un dios con nombre de mujer
con labios de mujer,
señora de la fertilidad y el amor,
de la belleza y sus constelaciones.

Más, humana divinidad también,
de ella aspiré compartir un segundo,
uno sólo de su profunda, inédita
y fructífera existencia,
de su inagotable juventud, por ser yo,
desde ese instante, más hombre
en las inmediaciones de su gloria.

El estío, con su rotunda certeza
engrandece, si cabe aún más, sus rayos
y la magnitud de su hechizo,
y llena de sabiduría la dicha que me ofrece,
la embriaguez que me brinda
ahora que nos une la verdad de los sueños.

LXXXV
No hablo de las llamas que calcinan,
no,
ni siquiera de las que –dicen-
purifican;
hablo de devorarme
dulce y apasionadamente
entre el flamear rojo y sedoso
de tus cabellos.
Digo de tus ojos
-que son del color de la mies
 y de la primavera-
de cuanto por su mirada alcanzo
y del volcán incendiario de sus iris.
Cuento del fragor de tus labios
y del abismo insondable del deseo;
susurro del crisol de tu boca
palpitante, incandescente y vigoroso,
y del nuevo yo que de él emerge.
Hablo de fuego,
de su perturbadora belleza,
y hacia él corro dichoso y esperanzado.


LXXXVI
No renuncio
a mi adolescente capacidad de amar,
y con un balbuceo que me nace
como un torbellino entre las entrañas y el alma
proclamo mi condición de errante enamorado.
Enarbolo, con juventud inusitada y tardía,
la enseña de la pasión por un beso,
uno sólo, de tus labios.

¡Es posible morir por un beso que no llega!,
por el deseo de sentir mi piel emocionada
junto al manantial de la tuya
que inunde este febril renacimiento
-seguramente inmerecido- que en mi provocas.

Acaso robar la luz de tus ojos fuese suficiente
para iluminar con ella mi torpeza de años y derrotas,
mas, con atrevimiento que me sobrepasa,
todo lo pretendo:
también el rayo y el vértigo de tu inédita
y extraordinaria y rotunda desnudez,
tus silencios y tus risas,
tus dudas o tus verdades únicas...
y lucho y fallezco por alcanzarlo.

Osado y loco de mi, que aún creo
en viejos cuentos de hadas y caballeros,
y en mi locura anhele
el halo de tus labios por despertarme
en un sueño mágico entre tus brazos.

Mas nunca haya de sobresaltarte el temor,
ni esta, mi disparatada ilusión, ensombrezca
tus ojos siempre vivos,
ni decline la candidez de tus palabras
o el grácil trazo de tu franca sonrisa.

LXXXVII
Como entonces
Como entonces, sí;
como toda la vida
continúo reescribiéndome.

Como siempre
recibiéndome en cada una
de las inasibles líneas
versiculares de la mano.

Y como en cada caso
yéndoseme palabra a palabra
como el aire entre los dedos.

LXXXVIII
La tarde es un tobogán
por el que los rojos se precipitan
contra un cielo imposible,
por el que los ojos, nuestra mirada,
se inmiscuyen en la travesura
de los arco iris y la dulce perversión
de sus amores cromáticos.

Los fanáticos acordes de tan inmensa sinfonía solar
reverberan por el valle que baten
-muy adentro de ti y de mí-
corazón e índice:
tan vasta distancia se comprime
y expande tanto como la herida abierta
va pespunteándose por entre el celeste.

Tanta y tanta sangre derramada
en esta primavera de tardes y piratas
corre por mis pupilas como una verdad ardiente
y no quema, ni asola
el paisaje que soñé y al que ahora pertenezco,
sino que me alumbra en una natividad
de hombre comprometido.

Atrás el descrédito,
a lo lejos la duda
a la deriva las sombras,
al frente el espectáculo necesario:
danza, acordes, emoción, vértigo
y ni una raya y ni una sola línea
que delimiten los ejes cartesianos
de la más viva cartografía infinita.

Y atónito me sucedo
me regocijo
me desvanezco
entre los rojos y los zulúes
cuerpo a tierra, como el sol
que se me estrella
por el fondo de la retina y la consciencia.

LXXXIX
De un primer y certero vistazo
me asalta la sintaxis de tus ojos,
me cercan tus pupilas suspensivas.
De un tajo impecable desciegas
la opacidad de siglos que me atenaza
y abres, inequívoco astro,
brío celeste, fogonazo cómplice,
ante mí las páginas todas de tu mirada.
En tropel se precipitan
-como un sorbo vital y cálido-
retina adentro.
De piel y de esferas
es este regocijo de sentimientos que me penetra;
de be(r)sos, de ve(r)sos,
también de lágrimas vencidas,
es este bebedizo con forma de cielo
que ahora me ocupa.
Traficantes de nubes,
mercenarios de sueños
perpetradores de espejos
se me re(b)elan, implacables:
¿Pueden, acaso,
domarse unos ojos?
¿Tal vez desestructurar una mirada
sin que el firmamento
o el alma se nos caiga
a jirones sobre los hombros?.

XC
Se ha colado bajo mi piel
como un alma extraña y resentida,
se ha calado -diría, más bien-
como ácida hiel entretelas.
Es de grueso paño gris este malvenido traje
-¡diplomático!-
que me subatrapa.
Uno de sus hilvanes, una costura retiene
una antigua sonrisa y la pespuntea
en patética y cutánea mueca.
Pesado terno que me encanece,
encanalla, envilece,
pretérita tristeza
que se ha rejuvenecido en mí
a mi pesar y sin mi permiso.
Hiriente plomo que acabará
-si nadie los deslaza-
por atribular mis párpados
ya seriamente tocados.


XCI
Fue unas veces -¿recuerdas
tan por el principio?- tu sincera ingenuidad
de franca juventud.
Otras, conforme el tiempo se nos aliaba,
el torrente dulce de tus besos
y la frescura de tu apasionada entrega.
Otras más –conforme transitábamos de las ideas
a los sueños y de estos
a la espléndida conjunción de los hechos-
la certeza de tus impulsos,
la utopía de tus convicciones.
Los hubo también -¿cómo olvidarlos
si con ellos partió al vuelo el sosiego?-
llenos de lágrimas y desazón:
desesperados, aferrándonos el uno
al otro y pujando nuestras almas
por la razón de la sinrazón.
Fueron, sin duda, de los imprescindibles
aquellos en que afloró la vida
de entre los dos; y nos fundimos en ellos
y fueron , sin duda, quiénes más nos hicieron
nosotros: primorosa paradoja de ser
sin pertenecerse ya: imperecedero amor.
Han sido, son
innumerables
las imprecisas –a veces-
descriptiblemente declinables –otras-
las dichosas razones (sea cual fuera
el pálpito de nuestros corazones)
que en ti y hacia ti me llevan
para ser quien soy,
que en mi se ofrecen
para ser quien eres;
y sean, aún imprevisibles,
infinitos los motivos de amarnos.
El deseo, tras tan largos y breves años
es cuanto puedo ofrecerte,
amén de unos brazos, mi propensión a la sorpresa
y la capacidad de ilusionarme;
del resto –como en la parábola-
hablan por mí mis actos, y a ellos me refiero
cuando te entrego mis ojos
para que me muestres el camino.
El camino que nos pertenece.

XCII
Bello y fresco rostro
despierto de largas y doradas trenzas
brillante y amarillo y claro
limpio transparente vegetal
y aromático.

Desperté con él, o con él ya andaba
cuando abrí los ojos: descubierto
desnudo
tiritando a la luz que no al frío -que no hay- aunque
la escarcha refleja mis pupilas reveladas.

Como si fuera de otro mundo –un arco
un salto, un abrazo- de una a otra parte del verde
por donde se me ofrece sin reservas en la dicha
y el entrecejo extendido a mis caricias:
Amada mañana.

Respira el día a esta hora soberbia
en este tiempo de insomnio,
insólitas respiran sus criaturas y sus sueños,
aventuran vida por todos sus poros la tierra
y sus simientes.

De admirar el azucarado vaho, que asemeja
a una impresionante hoguera silenciada cuanto veo,
dos lágrimas se suman a la corriente suspiros abajo.
Avanza el río
y exhala por el llano los mensajes que lo surcan,
y en ellos me regocijo y ruborizo de amores,
mas continúan
con su indeleble sustancia
por el destino a su encuentro.

Es probable que jamás regrese
al privilegio de esta mañana única,
íntima y pura
pero ya me pertenece
como yo pertenezco a la imagen de ese día.

XCIII
Crecen, convulsas, mis cervicales
gesticulan -sordo estruendo-:
Somos miles, millones,
del silencio el grito.

Despejadas vías y sentidos,
nada se interpone entre ellos y mi percepción
ni la piel erizada,
ni la pelvis glotona
que se eleva como un cáliz ofrecida
a las altura de sus ojos devoradores.

El altar donde yacen
es mi sueño y yazgo “de forma salvaje
sobre un universo interior”
Lagartija Nick eleva su himno
sobre mí, mientras Telémaco
insufla las alas de su nave
y nos sentimos despiertos,
obligadamente expectantes,
víctimas de un dios irredento.

Qué podríamos esperar
de tan inesperada espiral
si la mente cae
-desciende contra todo pronóstico-
por la indecencia decadente
de un sueño curvo
como sus fatales caderas.

Sus labios son
son
-todos son- el género
de nuestra histeria
de nuestra historia, quise decir.

XCIV
Estas lágrimas
tienen nombre y apellidos,
fecha de nacimiento y algunas -maldita cólera-
de muerte (a qué decir despedida).
Estas lágrimas
tienen voz y rostro. Estas lágrimas antiguas.

Y rezo porque no me desahucien
mejillas abajo, otras diferentes
otras nuevas, hoy:
después de muchas palabras
de algunos retos y demasiadas derrotas.

XCV
Veinticinco versos
Pudieron haber sido veinticinco
bellas -aunque insuficientes- palabras,
mas aritmética y semántica, de tan frágil piel
en su esencia, se revelaron invisibles
al trazo de nuestra existencia compartida.

Pudieron haber sido un manual sintáctico de amores-
vida-cielos-besos-ojos-lágrimas-quieros,
una pérgola de epítetos, metáforas, hipérboles
o un descalabro de verbos y sus conjuros:
ayer-hoy-mañana-siempre.
Pero se rebelaron apasionados como una tragedia
bellos cual elegía, enternecedores como una nana
desgarrados  como una epopeya
y certeros desde la utopía.
En todo los casos veraces,
lunáticos y comprometidos.

Y como el sol, que hace con su desvanecimiento
inmortal a la escarcha que se precipita entre sus rayos, ahora,
llegado este tiempo dulce de vértigo
entre sueños y recuerdos,
desde los entrelazados brazos
desencadenamos una corriente -viva-
por el tragaluz de nuestros veinticinco versos.

XCVI
Sobredosis
La mirada vuelta         
hacia el cielo de los pobres,
la escorrentía reteniendo olores
y augurios,
una instantánea helada entre la opacidad
y el objetivo,
descarnada la atmósfera de escrúpulos
y de patrimonio sobre la tierra turbia,
la gravedad atenazada
en cada músculo inapetente,
plomo en las venas
que antes fluyeran cárdenas:
Una incisión metálica
y un borbotón abortado.

No palpita la calle a calle
sino a densidad rancia,
brazos y piernas despeñadas
del propio cuerpo indefenso ya
camino de su sombra,
ni pupilas
ni rastro de sus esferas y su tránsito,
más plomo en el desahucio inconcreto
de las paredes y su sustento,
un hilo apenas entre el cuello
y las ideas –roto-.

Los rostros desparejados (el que fuera
y el que es) callan:
Ni un son, ni un recuerdo,
ni un movimiento, tampoco eco.
A sus pies también silencio, mustio
y presunto de sanguinidad,
las huellas de otras existencias se desvanecen
o jamás se pronunciaron:
no hay perdón ni indulgentes
entre la turba desheredada
sólo resignación o indolencia,
sólo asco.

XCVII
Tal vez no sea
un estricto amor
del descubrimiento,
ni siquiera, aún,
un amor adolescente.

Quizá no rija su destino
por la estrella polar
o los confines del firmamento,
tampoco, seguramente,
por el codiciado azar.

A lo peor pasaron ya
mil barreras, o no, superadas,
destituidos tronos y cortesías,
desterrados sueños o vilezas o
-quien sabe- si el fragor.

Puede que esté, más claro
u oscuro para siempre,
el destino inacabado,
que mermaran latitudes y coordenadas
del cartográfico mar de corazones.

Es posible un deseo solitario,
una bocanada de brisa tibia,
una mirada impredecible:
un sortilegio de pasión
o un recuerdo ensimismado.
Es suficiente lo insuficiente,
conciso el gesto del creador,
presurosa la luz y sus cadencias,
reincidente la frialdad que atenaza,
efímera, del gozo, su cuadrícula.

Mas, hablando de mí
hablo de ti en este
binomio compartido,
afirmo que el mundo no es
único e indivisible,
que otros mundos son posibles
mas ninguno sin ti.

Confirmo que yo soy tú o nada,
que ni tiempos ni espacios,
ni sombras o anhelos sabrán decir
de mí recuperado
si no es contigo, amor.

XCVIII
Línea sin flotación
Tris, tras
Tres
Trozos, trazos
Trasiego
Tragos
Trémulos
Trizas, tropiezo
Trágico
Trepidante
Tránsito
Tráfico
Tripas, tráfico

Y el azul inocente, en rojo
Y el lecho desvelado, en rojo
Y sus huellas blancas, en rojo
Y sus pupilas desposeídas, en rojo
Y las almas amoratadas, en rojo

De rojo contra la playa entre olas
Quienes aún  se debaten o a quienes
se les fue, en la soledad del tumulto, su precaria
e íntima -ínfima-  riqueza
Desasidos de todo
De todos y de si mismos, sin consuelo
Ni otra vida que ponerse ni llevarse a la cara.

Despejen la playa
Prohibidas desnudeces
Desalojen las aguas
Despeguen las pieles
Desagüen miradas
Desvelen corazones
Descarguen los sueños
Descorran los paisajes
Desciendan las luces:
                       
Y al tercer día, hágase la noche
Y el firmamento, estremecido, cerró los ojos por no verlo.

XCIX
El cielo se precipitó
en un torrente
lágrimas abajo;
mas tu alma,
lejos de zozobrar,
permaneció a flote.
Y con rumbo.

C

...Ese libro
que parece no querer
nunca acabar de escribirse.

Síntesis de álgebra humana (1996 -2000)


Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces en que no pudimos.
-Jaime Gil de Biedma-

LVII
Ando perdido, hace largo tiempo,
en esta  ciudad donde cumplí los cuarenta,
y entre tanta gente y más vueltas
me he echado de menos.
No se trata de un olvido,
de una ausencia mental pasajera, 
tampoco -y lo lamento- de un error de cálculo
ni se me fundieron los puntos cardinales:
es, llanamente,
una pérdida a mí viejo traje prendida.
Quizás, la humedad y un poco de óxido,
adheridos a las articulaciones de mi voluntad,
inmovilizaran reflejos, distendieran mi caminar
y no supiera dar con la farola que otras veces,
entre tanta noche ácida y falsas constelaciones,
abre mi calle a noctámbulos
y otros canallas de regreso.
Entre tanto extravío, sólo mis ojos reparan
en el neón de unos labios,
en sus eléctricos guiños de amor equilibrista
para náufragos sin salvavidas ni red bajo las olas,
y a su luz se aferran mis pupilas atormentadas:
redivivo, pobre Ulises sin barco al que amarrarse.
Descompasado deambular por las esquinas acres
donde perros y borrachos alivian su premura
o el desatino,
apuntaladas esquinas por carnales graffitis  
atravesados por corazones de iniciales descabalgadas.
Furtivo, clandestino voy
de acera en acera de la ciudad
y ni la estatua ecuestre de la plaza
ni el nombre de sus calles me encaminan,
los semáforos, insolidarios,
sólo parpadean en ámbar,
y -ni siquiera- la sinuosidad de olmos y acacias
me indican la dirección del viento a mi paso.
No cabe esperar al día para alentar un encuentro,
para ello precisaría, a más de otras cosas,
una razón o un rostro:
la primera yace bajo el asedio de los sueños,
para el segundo un espejo
y no quedan en esta ciudad cercada a mis deseos.
Finalmente, el perímetro de uno solo de mis pasos
deviene distancia envenenada
y  un cansancio de kilómetros
contamina mis órganos:
inhábil, perdido y quieto quedo.
Tal vez la humedad y un poco de óxido,
quizás el no recibir allá arriba
-maldito correo, maldito y desmotorizado-
un último mensaje del corazón.

LVIII
Basta de rimar hombre con dolor y sufrimiento.
Que salvo el consuelo estéril o el recuerdo
nunca la palabra cicatrizó herida alguna
ni la metáfora alivió el lamento,
y menos aún devolvió el calor
al cuerpo desprovisto de aliento.
Basta de acentuar caído en la batalla
entre el fuego cruzado de la pluma y el verbo,
que no hay derrota más amarga
que la que se libra en sí mismo
-una vez víctima y otra verdugo-
y vencer es un tiempo reflexivo.
            ¡Si cupieran, al menos,
            los versos suspensivos...!

LIX
Elijo ser yo
-a mi terrenal condición atado-
y soñar,
a ser halcón
y volando
no saberme libre e ingrávido.

LX
Granada 12 de abril
Veo Granada hoy con otros ojos
como tanto ansiara por hacerlo:
por el prisma desde el que tus pupilas,
inéditas y generosas, me permiten reconocer
todo cuanto imaginar pueda una mirada.

Abarco desde hoy, como afrenta a la opaca lucidez
de mi vista cansada,
todo un universo esmeralda; preguntad
y dejadme gozar de mi respuesta:
nada escapa a mi conocimiento
desde que me mostraras el sublime paisaje.

Son tus ojos, Ángela, los que hacen saltar
a la comba mi alma,
los que en la rayuela la guiaron
por el filo de la espada;
sólo ellos prendieron el fuego necesario
y por ellos aprenderé de esa luz y esos contornos
que antes me fueran inauditos.

Vanos faros, inútiles luciérnagas,
ni sobre el mar atormentado
ni por el pedregoso sendero preciso
más que tus ojos para salvarme; la dicha
es una llama que se hace lágrima en mis mejillas
y pide, resuelta de alegría,
hacerse eco para náufragos
y caminantes a la deriva.

Hoy en Granada sé que será menos amarga
la página en blanco que nunca escribo,
la que desde años se resiste a mi letra tortuosa,
porque ahora eres tú dueña de la palabra
y de cuanto significa, y con ella
y por ella cedo a tu pulso vigoroso
el libro, apenas un balbuceo,
que cuando naciste comenzara.

Hoy, por esta ciudad en la que un día
me soñé arquitecto de corazones
y alquimista de los sueños, te bendigo,
y aunque algo sé de la vida, de sus entrañas
y su compleja estructura,
con humildad pido a gritos
que de tu fertilidad se enamore como yo lo hago,
y de la dulce y embriagadora química
por la que renace y se recrea
en el arco iris de tus ojos.

Y cuando el tiempo pase, ya sea en ésta
o en otra ciudad de paso, y aún más cansada
la lucidez de mis ojos les adormezca,
susúrrame muy despacito,
pero sin saltar ni una línea,
cuanto los tuyos vean,
letra a letra,
y entre letra y letra un beso.

LXI
Si no existiera el recuerdo
si sólo fuese la memoria una palabra,
una indolente combinación ininteligible,
si lo que durante el día recorrimos
se desvaneciera junto a las últimas luces
en un infinito e inmediato crepúsculo:
cada mañana, al abrir los ojos, sería
como un nacer de nuevo.

Dónde cabría entonces el miedo al fin,
dónde ese pánico que nos transporta de uno
a otro lugar del tiempo aunque
-bien es verdad- otras ilusiones
efímeramente nos reconforten.
Dónde albergar, entonces, el dolor y la ausencia,
el maltrato que la pasión nos infringe
o la duda salteadora de corazones.

Sólo el amor de quienes quiero
me hacen desear que todo continúe,
que esta maraña de pensamientos acontezcan
en forma de felicidad duradera para ellos
y sean
-por tanto-
dichosa arquitectura de sus vidas y la mía.
Sólo eso y el continuar ansiando
un remoto paraíso por descubrir
me aferran con uñas y dientes al calendario
y saber que la de ayer
es hoy ya hoja caída,
que la emoción de un mañana
es licor apetecido de mis labios
y que no habrá de embriagarme suficientemente
como para olvidar que, aunque fugaces,
fue imprescindible el resplandor
de las viejas estrellas adormecidas;
aunque ello me impida, cada amanecer,
despertar a una nueva vida.

LXII
De la semántica y sus latitudes
Con voz queda y algo trémula le confió:
¡Teme, admírate de su grandeza,
que una cópula altiva, una sola
baste para transferir cuanto yo conciba
en sustrato de sus pensamientos.

Le habló también, entonces,
de los gestos de la palabra,
de sus maneras atildadas,
de su sonora temporalidad,
del regreso al pasado por obra de un
-casi imperceptible- estigma sobre su frente
y del tiránico poder que ese ínfimo báculo detenta.

Y fue a partir de ese momento
que comenzara a temer de los signos
y su implacable trascendencia
del juego cruel de la transmutabilidad
que supera y envilece
a la mecánica genética de las especies
para convertirse en un dios arbitrario
que todo lo trastoca en el reino de los hombres.

Fue, a partir de su revelación,
que se negara a sonidos extraños y ajenos,
guardando para sus adentros la y o los acentos
en la certeza de ser él mismo su dios único
y verdadero,
de que ningún otro le arrastraría
-en elocuente y frenético embrujo-
del presente a los abismos del entendimiento.

LXIII
El legado
Nada poseo que a mí deba,
de nada soy dueño en este mundo
salvo de la dicha de saberme
carne de vuestra carne,
ella es toda mi riqueza y a ella me pertenezco,
no es ya posible en mí el anhelo
porque nada puedo desear más que a vosotros,
porque no cabe la duda
sino la algarabía al contemplaros
y verme, pequeñito, al fondo de vuestros ojos,
por eso, llegado el día,
cuando haya de hacer balance
y me pregunte qué os dejo
en pleno uso de mi gozosa lucidez diré:
a vosotros, sencillamente,
inconmensurablemente vosotros.

Puesto que ninguna obra,
ninguna acción divina o de los hombres
-de este mundo o de todos los sueños posibles-
podrá hacer nunca de mí quien soy
como vosotros me hacéis,
qué pudiera yo daros que no os ofendiera,
que no despertara la ira de los dioses
por mi atrevimiento.

De mi gratitud este poema os dejo,
sus palabras están impresas con el aliento
de una noche de frío y están, por tanto,
cargadas de calor, de todo el calor del que puedo:
el de mi vida. Con ello
nada os lego pues os pertenece.

LXIV
Eran tus lágrimas, mi niña,
las que en esa mañana de despedida
ocultaban el Valle;
las que enmudecían todo rumor
que los latidos del amanecer pronunciaran.

Era la pátina de tus ojos abrumados, mi sol,
la que me cegaba y asombraba
en la zozobra de tu mirada.

Las distancias
que tu joven amor fue marcando
por entre cumbres y barrancos
se me hicieron inabarcables:
quise ser águila para otear la sonrisa de tus labios,
quise ser gamo para recuperarla y enjugar tu llanto,
¡cuánto dolor en tus mejillas
y qué poco consuelo el de mis manos!.

¡Cuánto envidió esa mañana de julio
tu amor puro desgarrado, cuánto las bravas aguas
la fiereza de tu corazón desbocado!,
¡cómo el eco de los bosques transmitió a los seres que lo habitan
cuál es, por fin, la frontera de los enamorados!.

Caminé y caminé hacia el rocío hiriente de tus ojos
y sentí mi cuerpo humedecerse en su desventura,
en él y por él deseé licuarme y pertenecerle
por si sirviera de remanso…
sólo atiné a balbucear cualquier cosa, luego callé
y juntos continuamos
de regreso a casa por el sendero.

LXV
No cabe mayor mezquindad
que la del que renuncia atemorizado
a la regeneradora luminiscencia de los astros
y se deja electrocutar, sin embargo
y como un todocreador efímero,
ante el pálido filamento de una bombilla.

¿Para qué os quiero, ojos,
salvo para desdibujar con el corazón de la mano
una resbaladiza lágrima
sobre la ciega mejilla?.

Asístame el rayo fecundador y certero
capaz de desmembrar una sola gota, sólo una,
y elevarla desde el confín de los océanos.
Y redímame de estas tinieblas que me separan
de la génesis de ese nuevo universo.


LXVI
Si eres de quienes adoran los astros
por su tamaño,
y no por la violencia crítica
                        de sus rayos o
                        de las sombras que alimentan,
lo siento.

Si a pesar de todo
eres de los que creen
que la esperanza no se agota
                                    gota a
                                    gota
aún cuando la noche cae
sobre los caníbales agujeros celestes,
lo siento.

Lo siento,
pero yo, también tengo
un corazón desnucado.

LXVII
            L
        U 
        N
LUNAR
        T
         I
        C 
        O 
  
  erró de muesca la llave
                        por el orificio
                        de la duda
                        y sucumbió
                        deliberadamente
                        junto al carmín
                        cabrón
                        de sus labios


LXVIII
Donde el cielo renace para mí
mientras fantasea, rojo y malva, cara a tierra;
entre el azúcar superviviente a la codicia de los besos
y la melancolía de las mariposas.
           
En el cráter de una tormenta mínima de lágrimas
o en el inaprensible silencio blanquiazul de los astros;
por la impredecible órbita que en áureo y anaranjado
y brillante estruendo prende todo un firmamento
de admiraciones y sobresaltos infantiles.
           
Entre los cuerpos desvanecidos a fuerza de amor,
entregados a la anatómica voluntad de los gozos;
sobre el leve y exuberante pétalo quebrantado,
sujeto a la gravedad de los sentidos.

Desde la fuga que corcheas y semifusas emprenden
con el otoño de los violines
transidas de primavera,
en los acordes palpitantes de un alumbramiento
aún corazón con corazón.
           
Allá donde un poco de brisa
deviene carta para navegantes
en el mapamundi de mis sueños más lejanos
y en el remoto siglo del hombre que vendrá.

A donde quiera que miro, suspiro, intuyo...
A donde quiera que quiera,
donde quiera que imagine, estás tú.

LXIX
La mentira es un reptil de cola larga
que te azota los sentidos
y te inmoviliza el alma
cuando, traicionero, ataca.
Y peor aún, que descubre en ti,
ciego e hiriente de rabia,
ese caimán sanguinario que fuiste
o camaleón truculento más de un día
ante el amor confiado e inerme
de quien no merece la dentellada.

LXX
Cumpleaños
Una melodía sin palabras
recorre, con tu nombre,
la cálida estela del verano que nos deja
y la fresca bocanada de un primerizo otoño.
De las violas por las canales en contrapunto
de los suspendidos oboes a las hojas cayendo,
del chapotear de los niños como hondos timbales
o del piano acompasado al discurrir presuroso
de unos enamorados por guarecerse
se hará realidad una canción sin pentagrama,
y sin embargo,
fielmente interpretada cada año.
Y habrás de ser tú, amada mía,
la partitura viva que todo lo conforma,
el por qué de tan bella sinfonía.

LXXI
Au clair de la lune...
La levedad de tus pequeñas y nacaradas manos,
la bella filigrana de tus dedos sorteando
-titilantes cabritillos- las redondas unas,
y las blancas otras, armonías de la dicha.
Cabriolas de sonidos y silencios
acompasando la felicidad que en tí nace
y en mí describo,
que me elevan por la que antes fuera distante,
y ahora sólo un suspiro, cercanía de los astros
en este claro de luna.
Son sólo siete años,
siete tus plenos y enérgicos tramos:
escala que me lleva, desnudo y redinuevo
-que no cabe en mí pesar ni zozobra a tu lado-
por los torbellinos de fugas y semifusas,
por tantas y tantas melodías que nunca supe;
siete razones para entonar desde este instante
la grandeza de tu vida
y una razón para la mía.
Méceme una vez más, mi niño,
con ese arrullo que yo, tu niño, anhelo,
cuéntame otra verdad celeste
y prendidito a tus dedos volaré,
en esta plenitud de luna, al mejor de los sueños.

LXXII
Tal como persiste la huella sobre un gélido
atardecer de invierno
así persisto, lacrimosamente,
ventana abajo:
            acaso una línea al borde,
            ni siquiera catarata mínima que estremeciera,
            al fondo del abismo,
            el silente aleteo
            de los insectos muertos.

Como elíptica fuerza, de universal
arrebato,
golpeando existo todos los vanos posibles
entre la inconsciencia y la incontinencia:
            acaso una mera tangente,
            ni siquiera una radicalidad decorosa
            que agravara, con su ley,
            el juego polar
            de los deseos contrariados.

Ante la vanidosa pregunta de quién soy
suelo confabular la duda inquieta
con la opacidad del recuerdo callado
y la ficción del presunto. Distingo –entonces-
parto y llanto (y todos los lloros que vendrían)
de cromosomas y otros recursos estilísticos,
obvio al yo reconocido en estadísticas
y al que se pliega a erre haches más o menos sanguíneos,
separo al individuo
y reparo en el hombre.

Por todo cuanto hice ebrio de mí, imploro
al dios del perdón y al ángel del pecado
y en ambos me reconforto.
Deduzco, más allá de mis semejantes,
que a nadie más que a la vida y su contrario
me pertenezco,
o que el dolor no es más aval que el amor
ante este sumario. Y
-finalmente-
lamento la vileza del resultado.

Los favoritos de los dioses (1991 - 1995)


...Aunque después de tanto y tanto no haya
ni un sólo pensamiento
capaz contra la muerte.
-José Angel Valente-

XLV
Autoestima
Si pudiera hablar,
por estas manos que a todo se niegan,
del pobre aquel que las sustenta
diría verdades como puños:
dudaría, en primera instancia,
de la veracidad y su sustantivo,
de la razón que lo asiste y
del perfil que su rostro proyecta
iluminado por la arrogancia del verbo.

Si pudiera desmembrarse
del tronco que las maneja
y oscurecerlo por la acerada
sombra de sus dedos:
silenciaría su estéril disimulo,
su juego travestido por el deseo,
el vértigo que dista reconocerse
de la cabeza a los zapatos.

Pero son estas, mis armas derrotadas,
artillería mojada,
torpes manos para ocupar su sitio
entre el corazón y la conciencia,
entre la espada y la pared
a que las someto.
Y eso gano.

XLVI
Y me sentí traidor
mientras besaba tus labios como un rito.

XLVII
He reconocido hoy
la llama de tu piel
entre las altas piedras
de la nueva ciudad amurallada;
un hielo aciago y ácido
ha fulminado, como un rayo,
la exilada geografía del noble
y grave recinto demudado,
más tú, juventud que permaneces,
Normal">has descifrado un único
e ineludible jeroglífico
sobre los trágicos y desnudos vértices
que se desearon amantes.

He reconocido hoy
la llama de tu piel
sobre mi piel adormecida
y un recuerdo de marea ha inundado
-con el embriagador licor de tus labios-
la ofrecida playa abandonada
desde los rostros últimos
que tus pasos dibujaron.

XLVIII
 Bienvenido olvido
si tus huestes desmemoriadas vienen a ocupar
el lugar del error o el terror.
Mal amado olvido
cuando tu manto cieno viene a desdecirnos la vida,
las horas en vilo que apenas nos quedaron.

IL
Qué importan ya horas
minutos o silencios
en que vencieron las sombras
al desarmado ejercito de los sueños.
Qué importan lugar
o tiempo para la derrota
si no habremos de estar aquí
-entre esta tierra calcinada-
para sabernos de regreso.

L
Como el viento a la cometa
-en la colina donde el mar es un delirio
y el cielo un desafío-
me fuiste, amor, necesario;
si para ser más libre o más preso
tampoco los ángeles, recelosos,
aventuraron una quimera.

Y todo quedó en el aire,
como la cometa,
necesario.


LI
En el denso azul de las tinieblas
acepta el hombre medir sus fuerzas
frente a un mar imposible y, en su locura,
profanar el dulce pecado en que habitan
sirenas y tripulantes, hundidos de amor,
sobre un lecho de galeones.

Cuál, si es que existe, es la recompensa,
el premio para el sucesor de Ulises, cuando
sobre la nave que surca la piel erizada de los
océanos
nada queda
salvo la embriaguez de los sentidos
y el cuerpo aterido del navegante.

Desde la fragilidad de saberme hombre a secas
yo proclamo mi condición fatal de viejo
y solitario piloto
y pido ser contigo pasajero.

Desde el mástil en que se otean ignotas tierras,
espejismos y alucinaciones,
yo renuncio al bergantín por las olas de tu pelo.

Desde el puerto en que abandono mi galera
te suplico, amor, que me acojas
y poblemos desde la orilla de tus labios
un íntimo e inagotable amor nuevo.

LII
Aquel patio de recreo,
patio de amores y juegos
donde  crecíamos,
un día cualquiera nos anunciaba que el Otoño
-con el llanto de los viejos olmos-
había llegado,
y un carnaval de pensamientos,
entre el verdín de los paseos, se agazapaba
bajo un universo tornasolado de hojas
crepitantes unas y otras de ancianidad mudas,
y desafiábamos,
con la exultante juventud de nuestras pisadas,
el maremagnun dorado y mustio.
Disipados los besos que el viento de octubre
depositara sobre nuestras frescas mejillas
no me conmueve ya tan estremecedor relevo,
y sólo he de enfrentarme al espejo cada mañana
o saltar más de lo debido,
o hablar -y el verbo me delata-
para saber del regreso,
ahora unánime, definitivo e íntimo
del otoño hasta mis ojos.

LIII
Mientras tañían las campanas
ha cesado el trueno
se apagaron las luces
y el firmamento, por un instante,
se ha quedado quieto.


LIV
Era noche y era única.
Nadie más podría en ese instante
haber habitado junto a nosotros
la latitud de sus hemisferios y,
solos, supimos que el tiempo
nos pertenecía en todo su infinito inabarcable,
que ese mundo inédito -el de esa noche-
no era sino nuestro
en toda su magnífica cartografía.
Era noche y lo era todo:
de los astros toda su celeste anarquía
de los hombres sus ecos y divinidades,
álgebra humana:
suprema razón: 
síntesis absoluta:
y tú y yo.
No dijimos nada por no perturbar
-besándose-
la luz de nuestros labios que se alargaba
y extendía
hasta pertenecerse en nuestros cuerpos.
Con recién nacida sabiduría de siglos
recorrimos como un sólo gesto
todas las épocas y sus confines,
y también aprendimos, esa noche inmensa,
a reconocernos
y gozar
y dulcificarnos de nuestro abrazo.

Y fue entonces que concebimos el alba
y separamos la tierra de los mares
mientras el sol penetraba ya
como un caudal en nuestra alcoba, desafiando
a nuestros aún
brazos y labios entrelazados.

LV
Detuve la opaca luz de la noche
para recibir el amor
revelado en tus pupilas.
Sediento de tu tiempo joven
te abracé por regresar
a los días de gozo que precedieras,
conformando un «nosotros»
como espacio generoso y albo.
Y crucé el espejo detenido en una mueca,
desdije del rostro amargo desafiando
la gravedad que oprime en labios.
De tu mano, Ángela, renuncié al miedo
de ser hombre en este instante.
Que no es cobardía el sosiego
sino compañero,
que entre el cielo y la tierra
hay mucho más que el viento
borrando nuestros pasos;
que es posible un nuevo código:
signos sin máscara ni condena,
lengua universal, torrente claro,
para alimentar
de las sombras su descalabro.

LVI
Quiera Dios
que nunca haya de escribir
ni una sola palabra
si hubieran de ser los versos
morfina para el alma, o si
de sus envenenados trazos
quedara ante el irrenunciable trecho
que a veces une y otras distancia
el percutor de la boca o de la bala.

Concédeme el tiempo necesario (1986 - 1990)


Concédeme el tiempo necesario...
-Brigido Jiménez-


Ahora ya se lo que es la gloria.
Es el derecho a amar sin medida.small;">
-Albert Camus-

XXV
Concédeme el tiempo necesario,
amado mío,
para detener con mis labios
la frescura que por los tuyos escapa.
para, unidas tu mejilla y la mía,
alcanzar el triunfo en la batalla.
Quiero empujar tus ojos adormecidos
hasta elevar un arco iris inalcanzable,
hasta naufragar, sólo y decidido,
en la corriente de tus lágrimas.
Deja que mis dedos, temblorosos y torpes,
persistentes arranquen,
como en un suspiro, de tí esa daga.
Ya no oigo el tañer de campanas
ni la mañana es clara,
oídos y boca enmudecidos quedan
por tu palabra rota, como rotas
quedan mis palabras.
Ya no ofreceré mi aliento a la brisa
que embriaga mi alma. No puedo
¡Oh Dios!, tan siquiera
elevar una plegaria.
Deja, compañero,
que mi cuerpo junto al tuyo pugne,
alcemos nuestros brazos como un sólo grito,
como un sólo arma,
como un sólo fuego que ilumine
tu figura tan blanca.
No habré de ver ya el mar
pues clausurada quedó la ventana
y el vuelo de gaviotas devino oscuro
y grave
como vuelo de guadaña.
No me hará ya estremecer el batir de olas
ni el vértigo de la montaña,
abandonado el hogar, tu casa,
ni el fragor del valle que antes nos acogiera
será de nuevo morada.
He de continuar sólo y errante camarada,
por entre turbios laberintos buscar
tu dulce y profunda mirada, encontrar
la verdad amarga.
He de proseguir despierto y sólo, hermano,
no tiene fin mi camino, tampoco tregua
para el que espera, como no la hubo
para quien perdió su primer combate.

No he de apreciar por mis sentidos
hasta que tu vuelo alcance,
hasta que tu sonrisa alivie
mi sed de caminante. No hay tiempo
que perder, mi fiel amigo,
ni premura en el desasosiego.
No asistió razón al verdugo
que decretó tu marcha y no tuve valor
para vengar tu falta.
No queda más que un sollozo estéril
ante tu cuerpo inerte: ¡Concédeme
-amado mío- el tiempo necesario!.


XXVI
Blanca era la mañana
como blanca era
la quieta desnudez de tu cara.
Tus dedos entrecruzados,
el cerco dulce de tus labios
presto a la palabra y el tacto
de otros labios
de otros mares
que acoger entre tus manos.
Blanca era la mañana
y un trasiego imparable,
definitivo y estéril, sin embargo,
demudó nuestra presencia inerme,
arrostrándonos en convulso desafío
a custodiar tu sueño desvelado.
No fueron el alboroto o el llanto
quienes desgarraron como el hielo
el azul límpido del día, sino el gélido verbo
conjugado en el más atroz, el más certero
de sus tiempos,
ateriendo sin un temblor a tu joven cuerpo,
sin un forcejeo,
sin un poco de aliento ya. Sólo una leve y muda sonrisa
y un vacío adentrándosenos
con la humedad de los besos.
Quise elevar tu cabeza hasta mi rostro
y oír tu ritmo acompasado,
sentir la fuerza de tus brazos sobre los míos,
quise renunciar a la luz y el calor
por devolver a tus pupilas el fuego,
quise dormir junto a ti por siempre
si el despertar de los dos
no nos era permitido. Mas, mi alma desterrada
ya no albergó razón para ocupar
un sitio en la almohada.
Recuerdo que fue aquella
una mañana blanca y desvaída
como el cliché velado
de una noche sin luna.
Y ahora que nada queda
elevo mis ojos decididos hasta alcanzar
ese tu eco liberado
con el que arribarán a mi ventana
lluvia, nieve y caminantes, y todos:
el llanto cómplice del invierno
y las voces destempladas de los hombres,
sabrán decirme de ti amanecido.

XXVII
Fuiste, tempestad, la tragedia.
Acaso tu, distancia, el móvil.
Del mar homicida, la ira.
De la demencia su ejercicio.
La oscuridad como verbo que no cesa.
En todos sus tiempos el miedo.
Atropellados voz, amor y movimiento
yo: nadador derrotado.
            ¿Y de ti?, mi amor,
            ¿qué se de ti después
            tras que todo lo ofrecieras?.


XXVIII
Cae la tarde -desdichada-
como un torrente de mar envejecido,
como un fragor de violetas
enajenada cae
por entre la herida abierta,
descarnada llaga enrojecida
de un corazón aún inédito
-casi un balbuceo- recién naufragado.

Cae,
como un suspiro helado en labios,
para adentro,
precipitada gota conversa
hacia dentro, definitiva y sólida
silenciando besos, tejiendo velos:
puerta, cadena, traba, cancerbero
para la luz que ansía el verbo
que es del color de la primavera,
que es del son de la primavera,
que es fecunda como la primavera, pero cae,
helada para adentro.

Cae la tarde envilecida
-huérfana de pasión y deseo-
a la deriva de una noche sin estrellas,
y es miedo lo que asoma a los ojos,
miedo es la palabra y el temblor que la apresa,
y una escarcha desdiciéndolo todo:
el aroma de la rosa,
la cadencia de las olas,
el vuelo incesante de gaviotas;
trastocándolo todo
como un cuento que comenzara por el final
y mal acaba, porque...
cae la tarde
y era esta la noche del despertar
y no la noche que llega.

¡Cae!
¡Cae!,
cae la tarde entre tus brazos, amor,
y mis manos
como un llanto vuelto hacia los cielos
no puede detenerla.
Cae sombría entre tu y yo
y se nos hace distancia
insalvable para los dedos, amor,
la tarde entre los dos
como un océano desconocido y furioso,
como una cima cierta y tangible,
árida e inexpugnable
la tarde
malhadada cae
noche cerrada ya.

XXIX
 Entre tus sones quedo,
corazón que renaces
con fuerza de primaveras.
Entre tus sones
-¡oh dulce amor!-:
Credo de mis vientos,
amplio tú,
ideología de mis besos.
Que de tu voz nueva
espero el sueño
y todos los sueños,
terso paisaje
que habrá de llevar al mar
por ti estremecido.

XXX
Deshojo la flor y la belleza
que un día acogiera:
Un rumor de pétalos heridos,
desencadenados,
tapizando el íntimo bulevar
que antes fuera distancia,
un miedo pujante y posesivo
secuestrador de luz y sueños
como cadalso de la alegría,
y una sentencia última
en una tarde de espinas.

Esto me queda:
Un recurso desestimado ante la vida,
el tiempo memorable de los muertos
y una ocasión menos
para el desaliento.

XXXI
Y tu, amado mío,
cuál sería el poema que me escribieras,
cuál tu voz nueva,
qué melodía guiara tus palabras,
qué sonrisa esbozaras
-condescendiente-
desde el centro de tu sueño imperturbable.

Del pliego acribillado
por la herida abierta de tu nombre
un mediodía sin horizonte
se instaura en los dominios de mi vista,
y de tus dedos
-corazón que renaces
con vigor de primaveras-
habrá partido, único
e incontenible,
alzándose sobre el yermo paisaje de mis lágrimas
el más perfecto y abrasador
verso de amor y vida.

XXXII

Donde el Tiempo -acaso un desvelo-
se tornó inflexión, falla,
sima aterradora,
en el tránsito en que tu alma y la mía
alcanzaron la más sublime exaltación
de amor consumado.
En el alba,
un revuelo de claveles, mientras dormías,
ha sellado tus labios,
ha domeñado tus ojos,
ha devastado -cínico e insaciable-
la ciudad que nos conforma:
Pasto de sus llamas
no ha lugar entre los restos calcinados,
no es este el mundo
ni el momento añorado,
no son estos los ecos de tu percusión afinada
ni de las tus bien templadas manos;
no es este el Tiempo
-sea acaso un desmuero-
porque es el Tiempo donde ahora tu habitas,
donde siempre existieras
y yo fui,
y llorarás como ahora yo lo hago
mi ausencia de tu lado,
de mis substracción involuntaria
para ser consumido
en este a modo de quimérico juego.


XXXIII
No hablaba de vida ya
cuando sobrevivir era el desafío.


XXXIV
Siempre seré de tu palabra
deudor del verso estremecido.


XXXV
Acaricio la flor desnuda
y desatada entre los dedos
y persiste la espina
-aguijón decidido-
eje de la duda subvertida
sobre el papel inerme
que asila esta suerte de hombre.

Sin pudor, navajazo diestro
y encuentro, sin valor acepto
el color y la partida
que el tablero dispone
y juego.

Más la derrota, que es verbo
antiguo y certero,
determina la consumación del acto,
imprime con su puño sobre mi frente
el estigma de los condenados,
a pesar de que el pétalo
ceda a la presión
de mis dedos incontenida.

XXXVI
El que llegue
será aliento que no pueble
estas mejillas desentrañadas
por un beso de despedida.

XXXVII
Vencí
más de una generación de primaveras
entre el pálido goce, promesa
de mi cuerpo ensombrecido;
algún rubor de cálices sofocado
como casualidad del tiempo
que miente o me condona.

Mas, siguen frío
lluvia y viento sorprendiendo
-pacto de mis desvelos-
cada noche que te amo y desespero,
como si me fueran desconocidos.

Vencí
más de unas horas, o una vida,
el pasar de nubes
por los ojos de la memoria,
desprevenidos y crédulos, hasta
alcanzarse inexpresivos y viejos.

Mas no pude aún,
tras tanta clara victoria,
vencer el precio de tu ausencia;
recobrar el vuelo de paloma
que iniciásemos juntos
junto a un mar de gaviotas;
mirar al sol quedamente
sin sentir en las pupilas
un ahogo que ennegrece
todo cuanto en el horizonte otea;
tras tanta clara victoria
siquiera un rumor,
siquiera un beso.

XXXVIII
Suena batiente el mar joven de tus labios
contra el frío paisaje de mi ventana.
No aguardan árbol ni pájaros en derredor
de la íntima estancia,
sólo un océano antiguo
y desierto de estrellas
-bajo el inclemente sol enajenado-
que no acoge el eco del cristal
ni la huella palpitante del beso dibujado.

Suena un viento de joven carne reconocido
entre los baldíos tiestos, depositarios,
de lejanos geranios enarbolados.
Y un rumor de noches en vigilia, frágil,
lento y desmemoriado
en que ni reconocer puedo
el signo inequívoco de tu existencia:
el fragor de olas contra mis ojos,
el verso de aire esperanzado en la distancia.

XXXIX
En el  acotado parque de los tilos
el denso ronroneo de corazones a ralentí,
indolentes motores, desgarbados y ojerosos,
simulan una batalla de mandos
órdenes y botones, de palancas que musitan
un rosario de fricciones imposibles,
más ninguno inicia un latir
diáfano y coherente.
En el irremediable parque de los corazones
árboles sin nombre declinan
la velocidad de lo ajeno
y desaparecen nostálgicos
en el revés de un vuelo.

XL
Tras esa ilusión de almas y dioses,
paraíso de héroes, anhelo humano,
anduve imaginando raptos,
dilucidando batallas por recuperarte
amor
por amarte,
desdiciendo el reloj detenido
en una hora asesina,
balbuceando tu nombre
con el verbo hiriente apostado
contra mi pecho.
Te busqué entre la cegadora nada
y lo infinito
por alcanzarte o encontrarme.
Y aún permanece en mí un calor ajeno
un andarme por dentro
una sensación de proximidad:
la huella indeleble de un beso,
tu beso,
sobre mi piel sobresaltada.

XLI
Entre donde tu estás y donde yo quedo
las lágrimas son mar por el que nuestras naves
acuden a su encuentro.

XLII
La garganta:
Un trueno, la separación de la tierra y los mares, una colisión de autos, acero, firme, una bala, ardiente. Impacto. Un portazo, alud precipitado traquea abajo, un vaso atomizado entre dedos y el ácido cauce para un vidrio libertario. Un gravitar sin alas, un motor coagulado, una sombra, una duda.

De boca afuera:
Silencio. La paz condenada de quien espera, conocer. Un presagio. Confirmar. Un rumor. Destruir. La certidumbre. Un entreacto, entre los labios y el más allá irreconocible.

XLIII
Atrapado quedo
desde la sierra madre sustentadora de alas
al horizonte que te ciñe.
Atrapado, desde la altura que pervierte
el vértigo de sentirme ángel a tu sombra,
en la víspera inalcanzable de tu aniversario.
Veinte clavos, que pudieran haber sido rosas,
me cercan,
veinte años me sitian, ocupan mis manos,
temblorosas,
que cobran en este preludio
de tu imperecedera presencia
senectud de cicatrices,
fiero color violáceo entre los dedos: veinte
domeñados
por la imposible configuración del deseo,
la miel de tus pupilas.
No sé si son hoy ciertas tantas cosas como dije
sobre el trágico juego de lo humano
y vacilo aterrorizado
entre la trama de los días y lo incierto.
Atrapado quedo
en la inminente proclamación de tu aniversario,
de todos tus años;
mas sólo tú
con la corriente embriagadora
y dulce de tus labios
podrá sofocar
las veinte dudas que, mañana,
al despuntar el alba,
abrasarán mi corazón desnucado.

XLIV
Ciudad de paso
Hoy las calles
-presagio de una noche densa-
me han preguntado por tí y tus pasos,
y mi sombra
-desde la angosta senda del destierro-
ha ocultado su rostro
entre los brazos encendidos
de los semáforos en rojo.

Los versos del éxodo (1980 - 1986)


Descifremos el mito:
el Ángel es la nada;
Dios, el engaño.
Luzbel es el olvido.
-Francisco Brines-

X
Mil novecientos
cincuenta y seis: naftalina.
            Tras
            tres días de parto
            harta la matriz
            y los labios secos,
            agrietados:
            la toalla y un guantazo, naftalina
            o jazmín de arcones,
            llanto primero.
A senos, naftalina, ciclón de mares
blanco
limpio blanco
aire aire aire
y los insectos muertos.

XI
Quise ser Dios
Cuando ser hombre
Me vino demasiado grande.


XII
y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten hasta la saciedad y es que hay vidas que se repiten…


XIV
Playa nudista
 Ósculo
 Orno   
 Orbe
  Opto
Óvalo  
Óvulo
Ojo:     Ombligo


XV
Perfil
Como
          si
               sólo
                    se
                        tratara
                               de
                                   morir
                                        volando
                                                 me
                                            he
                                     dejado
                                 caer
                          por
                  esta
   apariencia
        de
pájaro



XVI
Y vencieron los héroes
aunque exhaustos.
Presuntuosos y rebeldes
afrentan victoriosos estos bravos
la paz de los dioses,
vulnerada ya la de los hombres
que los erigieron enviados.
Atrás quedaron
gratitud y lealtad como besos
perdidos, absolutamente,
mas
aunque bellos y jóvenes
vigorosos y diestros en la lucha
no les cupo ocasión
para destruir el recuerdo:
no posee cuerpo al que batir,
¡no al viento!.
Al viento sólo la templanza calma
y no es este el eco
que recorre los campos sino de acero
ensangrentado.
Quedan único el héroe y su conciencia,
sólos como los otros cientos
de aguerridos ante el ojo (con mayúsculas)
testigo eterno.
Una voz le señala,
individualmente pero al tiempo
que todo pudo haber terminado
con la última batalla,
que ya -continúa la voz-
pueden no ser necesarios.
Sólo el fin de los inmortales
-acertaron a comprender los imponentes muchachos-
dará fundamento a la nueva lucha.
Todos callaron la interrogante.
Los héroes,
aunque exhaustos,
se dirigen, convencidos, al cielo.

XVII

el
VÉRTIGO
es
así
como
un
LÁTIGO
o
estar
a
solas
CONTIGO
ante un paisaje de montaña


XVIII
Un poema de amor no es
decir: te quiero, y basta,
no es que imaginara
o amase, una tarde juntos
junto a un paisaje maravilloso;
que por escribir un verso,
uno sólo,
empeñé hace tiempo las manos
y ya, sólo tú
fuiste papel lápiz y texto.


XIX
Irreflexivo
poderoso amor:
todo el amor.

XX
Soledad
Como la mirada ausente de un retrato
como una carta perdida repleta de amor
como el hueco en la almohada
como un secreto sin compartir
como la sombra herida de una farola
como una calle sin salida
como una calle en multitud
como el miedo
como un distraerse
como el miedo.


XXI
¡Ay! que te conocí
-como una desabría noche de amor-
cuando no debiera.
Y al llegar mañana
un amargo recuerdo
será nuestra despedida última.
¡Ay desamor!
cuando no debiera.


XXII
¿Cúal es el peso de una colección de besos?
(de versos quise decir).
-Juan de Loxa-
Deshojando pétalos
como quien lanza balas
o bombas certeras,
-también lo fueron geranios
o azahar-
un revuelo de paloma incesante,
con ebriedad del coleccionista
de besos y versos,
asciende cálido
a coronar corazones.

Un alivio asoma a los ojos
del cuerpo poseído
y un soplo de viento
vivo y necesario como alas certeras
desentumece la palabra y el verbo,
y un sólo amar
-estruendoso y preclaro-
es conjugado a coro.


XXIII
Tras el aterrorizado perfil
donde el hombre se necesita ángel
no fue
el salto suficiente
para jugar a dios
allí que el árbol  -sólo-  testigo solo
deviene trampolín o
                               vértigo
                               precipitado.

La tarde
ensangrentada
se ha dejado caer de manos
del suicidio esplendoroso
y el paisaje cobra senectud de cicatrices
asteriscos de papel plata
y cielo de violetas.

XXIV
Nos conoceremos
por ojeras de nácar y ceniza,
por nuestra sombra envilecida
y el pasar de autos.
Y no habrá condición
ni justicia
que nos exima
del placer prohibido.
Mientras,
una nube anónima
se deja oir, errante,
por entre los locos.

De mis otras caligrafías (1975 - 1979)


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz...
-Luis Cernuda-

I
Quisiera decir por qué escribo
pero me sobran espacios
y la cuartilla se me queda grande,
también me queda grande el traje
y no arranco las solapas
ni cierro el ojal de una rosa,
no pongo algodones en los zapatos
y me están grandes,
ando a saltos y soy pequeño,
me siento y no llego,
tiro el papel al suelo, miro
y se me sube la vanidad a la cara,
la cojo y se me escapa,
también me venía grande.




II
Amo el desnudo de esta flor
que, como cada mañana,
abre para mí la pureza de sus pétalos
sin ruborizarse.

III
Quiero
quiero mi bolígrafo negro
mis gafas de sol
la carpeta de poemas
el despertador
las cuerdas de la guitarra
el plan general
un paquete de tabaco
el transistor
quiero
mi colección de caprichos
mi álbum de deseos
las frases altisonantes
y los discursos pequeñitos
quiero
mis quieros
tus quieros
a secas
quiero un sí
hasta mañana
la paloma de la paz
la determinación del ángulo obtuso
el frío
el calor
la eternidad
y el miedo a querer
quiero
llorar lo menos posible
una cama grande
la rejilla del colador
una voz
y quince mil cosas más
quiero volver al final.


IV
 Si las mariposas no fueran de colores
y volaran mucho más alto
donde nadie pudiera verlas,
si calzaran zapatos y comieran con tenedor
o descansaran el domingo
para guardar la fiesta,
si tuviesen carnet de identidad
y necesitasen pasaporte
para ir de flor en flor,
números rojos en la cuenta corriente
y moneda suelta para telefonear,
si supiesen leer
contar hasta diez,
el verbo morir pero no el amar
no sabría aún qué es la libertad.

V
Las gotas caídas
de noche
sobre el tejado
clamaban ruidosamente
la revolución de la luna,
haciendo de la oscuridad escudo
al fuego de zapatillas,
proclamando la independencia
de las sombras (república popular).

Enero,
como cada noche,
la revolución nace y muere:
los gatos negros
son gotas caídas
de noche
sobre los tejados.

VI
A una estrella fugaz
Comería bambas de nata o luna
si con ello abriera un hueco para tí,
rondaría cortesano la cortina del firmamento
por ralentizar de tu vuelo
los movimientos más ágiles,
clavaría los pies en la tierra,
mancharía de polvo de nube
el calcetín hasta lo eterno, porque
asombrada por lo inédito, creyeras de mis labios
que el rocío también llora
sus amoríos entrecortados, y estrecha su cuerpo
hasta desvanecerse
contra los brazos de su efímero amante.
Sólo que tu eres más orgullosa,
más distante y te me escapas
sin dar tiempo al remedio
sin casi pensar ¿por qué existes
si apenas te veo?
y te ríes de tu atrevimiento
con la estaticidad del cielo quieto.
Parecías tan feliz al iniciar este poema
que hubiese deseado vivir intensamente contigo
la fugacidad del tiempo,
y sin embargo te he visto, tras una esquina
tragar lágrimas, ¡tan en silencio!

VII
Hay que haber
            ¡ay!
ser
como el aura in-
visible ¡cuánto me duelo!
del aroma de una flor,
así, impalpable
mitad tuyo, mitad de nadie,
            ¡ay!
sin ser.


VIII
Juan
no
sabía
qué
era
la
ley
de
la
gravedad


IX
Y también me gusta
coger con un lazo una estrella
para jugar al yo-yo,
aunque prefiero tenerlas todas,
verterlas en un tazón
y beberlas con leche caliente,
o hacer un mar de rayos
y sobre ellos, lanzar mis barcos
contra los elementos.

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