La misma mano
que revienta de
dolor
cada vez que
escribe:
“ayer te esperé
sin remedio”,
y cuando te acaricia
-temblorosa como la
primera vez-
parece otra.
La de los versos
desnudos
entre las páginas
revueltas
de un manuscrito aún
palpitante,
compartiendo la duda
mucho más que el
silencio,
la razón de ser
o el desaliento.
La misma que se
resiste, por ahora,
al borrón amargo de
un puño sangrante
y definitivo.
Los mismos caminos
que se cruzan
sobre la piel
extendida hacia la tuya.
Idéntica mano, ésta, de distancias,
de kilómetros
cuando parte
y milésimas cuando
regresa, a la espera
siempre
del estigma de los
perdedores
y un recurso de
alzada no resuelto.
Loja, 26 septiembre
2012