Por esperar
el
milagro de reconocerme
he
retenido un segundo
mi vida
entre los labios
y he
sentido atropellarse contra ellos
la
colisión infinita
de
tanto sufrimiento.
Un
retorcido sabor de años y chatarra
ha
impregnado
-desde
el amasijo de mis días-
mis
órganos vitales hasta colapsarlos.
Sólo
entonces,
en el
último instante
de ese
tiempo demorado,
el
parpadeo fulgurante y sonoro
de un
beso -uno, vuestro-
ha
devuelto la inercia a mi boca.
Y ha
respirado.
Loja,
22 de junio de 2013