domingo, 13 de enero de 2019

Primera noche, tras la muerte





Ni frío, ni seco, ni doloroso el silencio que le ciñe,
a nada sabe,
a nada huele
a nada, esa nada extraña
que presiente
en la mera brevedad a solas de ese instante.

Y no le alarma,
sin embargo,
aunque avanza
y es, o no,
quien regresa
de tan atrás
al presente impalpable que ahora habita.

Mas, todo es y uno
en la quietud del movimiento demorado
que le lleva.
Sin un desgarro, ni ecuación que arranque
un escalofrío de su carne
mudada y mansa.

Y ve. Sí,
con no sabe qué parte de sus ojos clausurados
o de sus pupilas innecesarias ve, más allá
de aquella constelación que, con su nombre,
le concebía en su vientre,
o de este,
innombrado aún para él,
renacimiento celeste.

Eran tantos los profetas,
tan oscuras  sus profecías,
que un calvario quebró la paz de los suyos
y se alzó un vacío infranqueable entre sus sueños
y el suyo que,
en esa primera noche,
le retornó todopoderoso al antes,
incluso,
del que ha sido.

Ni punzante,
ni sangriento, ni pétreo es ese sereno hueco,
nada oculta,
ni desequilibra
la ingravidez desde la que recobra
sus muslos recogidos contra su pecho,
la transparencia de sus manos.



Loja, noche del 12 al 13 de enero de 2019.




No hay comentarios:

Publicar un comentario